Cinéfilo: dícese del gourmet, que sólo consume lo
exquisito, el llamado buen cine. Cinéfago: dícese del consumidor compulsivo, aquel
que se traga las películas como un avestruz. ¿Se puede ser las dos cosas a la
vez? Claro; hay tiempo para degustar un solomillo de buey, o para zamparse un
bocata de calamares. Hay quien elige ser siempre gourmet o comedor compulsivo;
yo veo más divertido hacer las dos cosas según el momento.
Os voy a comentar películas poco valoradas y hasta
malísimas, que me gustan, ya sea porque les veo cualidades que merecen la pena
que compensan lo negativo, ya sea porque me río de las incoherencias, chapuzas, y
demás detalles que pueden ser muy divertidos. Los géneros de la comedia y del
terror son los que aguantan mejor el tipo aun siendo mediocres, quizás por eso,
en general, sean los géneros donde el promedio del buen hacer sea más bajo, les
hace falta menos elaboración para llegar al público. Las películas de terror se
merecen un artículo aparte, ya que el placer culpable es más la norma que la
excepción. ¿Cuántas películas de miedo
nos hacen partirnos de risa de malas que son y cuántas de verdad dan miedo? En
mi opinión, casi más de las primeras que de las segundas. Ya hablaremos de
ellas algún día. Ahora vamos con esos placeres culpables.
Van Helsing:
Empezamos fuerte: película ridiculizada
por crítica y público, y hasta considerada la peor película del año, yo la veo
divertida. Personaje chuleta, con sombrero a lo Indiana Jones y gabardina de héroe
misterioso, ¿quién da más? Además del protagonista, no puede faltar la tía
buenorra y macarra que lucha igual de bien que se maquilla. Parece como si
matar monstruos y vivir al límite, fuera un modo de vida, adrenalina y
aventuras sin parar. Eso es lo atractivo de esta película, presentar un mundo
donde lo normal es cargarse a algún chupasangres de vez en cuando, en cualquier
lugar ruinoso donde nos pille la noche, vivir con naturalidad ser un héroe, un
trabajo como ir a la oficina. Mucho mejor, claro, y no hay que madrugar.
En cuanto a Drácula, lo menos conseguido seguramente
de la película, es cierto que el actor lo hace fatal, aunque esa cara de panoli
con mala leche nos viene a decir que se va a llevar una paliza de las gordas, que es lo que todos
queremos, y en vez de miedo nos da risa. Porque, al fin y al cabo, aquí los
malos son para divertirse, malos de pacotilla, la excusa perfecta para vivir
aventuras en las que todo termina bien.
Tienes un
e-mail: En su momento, fue novedosa,
al tratar las relaciones que empiezan a través de Internet, terma poco tratado
en el cine entonces. Ahí se acababa la novedad, en todo lo demás es tan
previsible como la m antes de la b. A pesar de la poca novedad, Tom Hanks
y Meg Ryan tienen química, se desenvuelven con soltura, creando unos personajes
simpáticos, a los que se desea que todo les salga bien. Destaca Greg Kinnear,
con su interpretación de un intelectual snob y a la vez tremendamente vanidoso.
Meg Ryan, por cierto, sale más guapa que nunca, y la fotografía, los
escenarios, en especial la librería, son muy agradables, a tono con los demás
aspectos del film. Si bien peca de ñoña en este caso, Nora Ephron es una
directora elegante, le da un tono romántico pero nunca sensiblero, lo que viene
bien a la historia, ya de por sí poco creíble. Es, pues, una película
predecible para pasar un rato agradable, dejándose llevar por una historia poco
inspirada, pero hecha con cariño y bien presentada.
Confidencias
a medianoche y Pijama para dos: dos películas muy parecidas, con los mismos
actores y las mismas premisas. Son productos de consumo rápido, con todos los
tópicos posibles, interpretaciones mejorables, y moralina rancia. Sí, no se
puede negar, basta con darle al play para verlo. Pero, también se ven otras
cosas menos malas –todas malas, eso sí. El diseño de las casas y la ropa de los
protagonistas, aun hoy en día, es muy bonito, hay que pensar que el producto
estaba dirigido las amas de casa de buena familia. Ese prototipo de ama de casa
dedicada a su maridito, siempre mona aunque con ropa casta y decentísima, machista,
cuyo sueño inconfesable es cazar a un golferas y convertirlo en su marido
perfecto, para envidia de sus amigas, lo encarna a la perfección Doris Day. Es
decir, Doris Day hace un papel repelente, y todos queremos que la engañen,
porque nos cae mal. Así pues, todas las mentiras y montajes de un Rock Hudson
tan sinvergüenza como simpático, son divertidas y deseadas, a pesar de ello, queremos para
la sosa protagonista un final feliz, porque en el fondo no es mala. Al final –feliz, claro-, se casan y parece que
todo termina bien, pero ¿alguien se cree que él no va a ser un golfo después de
casarse con una mujer tan sosa y estirada? Estaría bien ver las segundas
partes de estas dos comedias, seguro que el pijama sería para tres.
Rosas rojas:
cuenta una historia de amor lésbico
en Londres. Ambos aspectos son importantes. Que sean chicas las que se atraen,
porque tienen mucha química; cuando se miran se crea una conexión en pantalla
que parece fácil de conseguir, pero no lo es. Esa química hace que nos
interesemos por ellas, que no queramos perdernos cuando, por fin, estén juntas.
Es la parte positiva; la negativa es que, si no fuese porque son dos chicas la
película no tendría nada de especial, salvo la fotografía, y ahí es donde entra
Londres. Desde un punta de vista cinematográfico, la fotografía puede ser
considerado el mayor logro de esta producción: consigue un clima cálido con
tratamiento sutil y trabajado de la luz, tanto en exteriores como en
interiores, perfecto para que nazca y se desarrolle la atracción entre las dos
protagonistas, ¡y lo hace en Londres! Puede parecer poca cosa, pero la luz de
Londres más bien suele prestarse para películas basadas en novelas de Charles
Dickens.
Oficial y
caballero: o de cómo un chico duro y
rebelde, se redime a través del amor y el ejército, un machote que, sin perder
su virilidad, puede ser romántico y hasta tierno. Para conseguir crear tan gran personaje, Richard Gere pone cara
futbolista a punto de lanzar un penalty durante todo el metraje. Lo cierto es
que no hacía falta más, pero se hubiese agradecido algún matiz, que para eso se
mete uno a actor. Lo bueno, es que Debra Winger aporta credibilidad a su
personaje, y sobre todo, el sargento, lo mejor de la película, gracias a la
interpretación de Louis Gosset, que se llevó un Oscar. A todos nos cae fatal al
principio, cuando les mete miedo a los reclutas, pero termina siendo entrañable, mérito sobre todo del actor, que se ganó a pulso la estatuilla. El
desarrollo de la historia es poco original, abusa de la sensiblería y el
melodrama, pero, cuando él entra a por ella en la fábrica, alguna lagrimilla
inconfesable –y culpable, claro- ha derramado más de uno, y sobre todo a más de
una.
Superman
Returns: quedando unos meses para que
se estrene la nueva película de Superman, se comenta que a ver si es mejor que
la anterior, que la de Bryan Synger era aburrida, lenta y tal. Puede que sea
lenta al principio, si bien, precisamente y gracias a un ritmo pausado, nos muestra en detalle a
un Superman que vuelve a casa y cómo es esa vuelta. Descubre que en la Tierra intentan no echarle de menos -aunque le añoran, por supuesto-, y
en cierto modo eso le da paz interior, tomándose su tiempo, disfrutando poco a
poco de ese periodo de paz, incluso de dejadez, en el que no siente ansiedad al oír los deseos de ayuda y gritos de socorro del mundo entero. Es ahí donde el director, para mostrarnos a ese Superman más introspectivo, ralentiza la historia, si bien puede resultar aburrido si no se conecta con la situación.
Quizás ese retorno por etapas que nos cuenta la primera mitad de la película, lo entendamos
mejor los que hemos emigrado, y volvemos a nuestra tierra, bien de vacaciones,
bien para quedarnos, y descubrimos cómo es reintegrarse, disfrutando de cada
paso, en un lugar donde te quieren y donde tú quieres estar. Después,
inevitablemente, volverá la rutina y los problemas que siempre van surgiendo en
el día a día, pero hasta que llegan, uno se siente en paz, sin prisa porque
llegue mañana. Eso lo transmite de manera acertada el director. Si bien la
segunda parte se deja llevar por una acción convencional, los últimos minutos
volvemos a sentir que Superman está en casa, que no siempre estará salvando el
mundo… hasta él necesita descansar, y que mejor lugar, que en casa.
Agárralo
como puedas y ¡Vaya un fugitivo!: Incluyo las secuelas de la primera. Leslie
Nielsen, con su eterna cara de no sé qué esta pasando aquí pero yo voy a lo
mío, es el pilar sobre el que construyen estas películas, tan divertidas a veces
como zafias y facilonas otras. A diferencia de Aterriza
como puedas, que toda la película era un gran chiste, en estas se suceden
los gags, inspirados y hasta geniales a veces, bastante malos una mayoría, y
sin demasiada coherencia entre ellos. Se ría uno más o menos, es agradable
estar en situaciones donde nada sale bien, pero te importa bien poco, ya que no
puedes hacer nada por solucionarlo y total, lo peor que puede pasar es que te
rías de la siguiente chorrada que haga alguien. En estas historias, nadie sufre
por la crisis, ni por nada importante, salvo porque el teniente Frank Drebin
pueda atropellarte incluso en tu cuarto de baño, o porque tengas que comerte
varios quilos de papel de una sentada… mejor con Ketchup, desde luego.
El
guardaespaldas: enorme éxito de
taquilla, la banda sonora batió records, y algunas escenas se han hecho
famosas. Productores felices, clientes satisfechos y la crítica horrorizada. El
gancho era un guardaespaldas lacónico, de vuelta de todo y uno de los mejores
en su trabajo, haciendo, siempre en el último momento, una proeza que salvaba a
alguien. Ella, Whitney Houston interpretándose casi a sí misma, se va rindiendo
ante tal hombre sin par. Entre dramones y momentos inverosímiles, no hay
demasiado que defender, tal vez que la cantante actúa con soltura, y que la
banda sonora no está mal. Pero está rodada con astucia, y si uno se deja
llevar, puede ser entretenida y hasta emocionante. Lo de dejarse llevar, quiere
decir que hay que creerse una buena cantidad de chorraditas y de
comportamientos de lo más rebuscado. Pero, ay, es la magia del cine que no tiene, por ejemplo, la gastronomía. Comerse una comida mal preparada es más difícil que disfrutar de un
producto de mala calidad en la pantalla. El cine se presta especialmente al placer culpable, como la música.
Pretty
woman: un éxito de taquilla aún
mayor que la anterior, con las mismas consecuencias -productores y público encantados, no así la crítica- que con la película anterior. Si la de
Kevin Costner era poco creíble, esta es lo tan poco como un cuento de hadas. De hecho es,
básicamente, un cuento de hadas, en el que nos cuenta que una mujer ha de ser
sobre todo bonita y encantadora para cazar un hombre guapo y con dinero… todo
un alegato feminista. Lo peor: Aparte de un guión creado pensando en la taquilla, recurriendo a lo más manido de las comedias románticas, las
interpretaciones son mediocres, salvo la de Julia Roberts que destaca algo más. Más
que buena en sí, su interpretación es perfecta para el personaje, siendo
recordada la actriz, sobre todo, por esta película, a pesar de tener una carrera destacable. Teniendo aspectos mejorables,
no impiden que la historia tenga encanto, por lo buena pareja que hacen
los protagonistas, y por unos momentos que se han convertido en pequeños clásicos, como el de la primera visita que hace a una tienda de lujo nuestra sufrida protagonista. Humillada la primera vez, vuelve una segunda para vengarse. Por contra, tiene escenas como cuando dice Richard Gere que la ópera,
o te gusta desde la primera vez o la odiarás siempre, un tanto ridículas, para
mostrarnos lo pretty woman que es la meretriz injustamente tratada por la vida.
Hasta aquí este pequeño repaso por mis placeres
culpables. Me gusta saber disfrutar del mejor cine, admirar una gran película,
intentando descubrir cómo lo ha hecho el director para que le salga así de
bien. Pero las películas más convencionales, incluso las malas, pueden
emocionar y entretenernos si les damos la oportunidad, sobre todo cuando el
director conoce sus limitaciones. Cuando intenta ir más allá, pecando de
pretencioso o mareando a los telespectadores con movimientos de cámara que supuestamente
nos hacen meternos más en la acción, el resultado suele ser, o comprar otra
entrada o cambiar de canal.
Un saludo.