Con
este artículo, inauguro la sección Cinencia, en la que se tratará sobre la
relación del cine con la ciencia, y viceversa, haciendo hincapié en los
aspectos científicos que vea interesantes. Empezaremos con Proyecto Nim (Project Nim,
2011), un documental de James Marsh, ganador de un Oscar al Mejor Documental
por Man on Wire en 2009.
En Proyecto Nim,
se nos cuenta la historia del chimpancé Nim, que formó parte –mejor dicho, fue
víctima- de un experimento muy en boga en los años setenta y ochenta: la comunicación
animal-hombre. Empieza recreando cómo durmieron a la madre de Nim, disparándole
para dormirla y quitárselo, en varios planos con travellings, desenfoques y
juegos de luces, demasiado cinematográficos; en mi opinión, aportan una
sensiblería innecesaria a una historia de por sí emotiva.
Nim,
pues, es arrancado de los brazos de su madre con unos días de edad. Herbert
Terrace, profesor de universidad y científico, responsable del experimento de
marras, decide enviarlo a una casa normal para que sea criado como un humano. Y
aquí empiezan los problemas. Se supone que la familia debía enseñarle lengua de
signos, pero ninguno sabe, se apañan de mala manera para recordar unos cuantos.
La casa está llena de niños que aporta cada parte de la pareja, de divorcios
anteriores, y se respira un ambiente setentero de laisse faire incompatible con lo que debe ser un experimento. La
madre reconoce que su casa es un caos, además no tomaban notas ni enseñaban
apenas a Nim, que era uno más. Eso quiere decir, que Nim crece sin disciplina
ni referentes adecuados, siendo la edad más importante para establecer límites.
Además, nos vamos enterando de que la madre, que fue alumna de Herbert, vivió una aventura con él, y no solo eso, su
hija también. Como se puede ver, todo muy profesional y bien planeado.
Viendo
que el experimento es un desastre, el profesor encarga a una alumna, conocedora
de la lengua de signos, que participe y aporte profesionalidad… y también se
lía con ella, claro. Seguimos con más culebrones y poca ciencia. A todo esto,
entre rencillas de unos y otros, Nim es trasladado a una mansión con tres
cuidadores. Nim va creciendo y volviéndose más dominante, o sea, cada día más
agresivo. La parte buena es que, en un nuevo escenario y con personal más
profesional, va mejorando bastante su aprendizaje, si bien diferentes
cuidadores así como la familia que lo tuvo primero, confiesan haberle dado alcohol,
cigarros y hasta porros. Por razones de
faldas o por lo que fuese, nuestro ligón profesor contrató a profesionales, que
se ve que querían y enseñaban a Nim con ilusión y ganas, pero con poca
profesionalidad. Aun así, nuestro chimpancé iba mejorando su nivel de lengua de
signos.
Pero,
¿cuánto mejoró? ¿Qué hay de verdad en la comunicación y aprendizaje de los
simios de un lenguaje simbólico?
Antes
de nada, vamos con unos datos:
-
El ser humano
destina, en reposo, un 25 % aproximadamente, de su gasto energético al cerebro.
El chimpancé, un 10%, por un 5 % de media en los demás mamíferos.
-
El cociente de
encefalización en el hombre es 7, por 2,5
en el chimpancé.
Simplemente,
quiero dejar constancia de la gran diferencia, a nivel metabólico y neurológico,
entre el homo sapiens y el chimpancé, a pesar de la gran coincidencia a nivel
genético que tenemos. De ahí que nosotros tengamos un lenguaje muy sofisticado,
necesario para anticipar y entender los comportamientos de los demás. En los 70
y 80, se pensaba que las diferencias no eran tantas, y hubo varios
experimentos, de más valor mediático que científico, para construir puentes
entre la mente humana y la animal. ¿Puede un chimpancé hablar, o crear lenguaje?
Hay
dos lenguajes que se han enseñado a los primates, con sus ventajas e
inconvenientes: la lengua de signos y los lexigramas.
La
lengua de signos, fue la primera que se usó, siendo hoy en día más usada la
formada por lexigramas. Nim, como se aprecia en el documental, puede expresar
mensajes cortos, pero sin llegar a formar una sintaxis, y casi siempre son exhortaciones,
es decir, para pedir algo, no para reflejar un estado de ánimo o comunicar, o
conversar. Simplemente, ningún animal necesita la conversación para crear
lazos, como nosotros, por lo que no ha desarrollado esa capacidad. Hay que
recordar que las neuronas, son células que gastan mucha energía, y que para
tener un lenguaje como el nuestro, es necesario un cerebro muy glotón, con los
riesgos que conlleva, al ser necesaria una alimentación de mayor calidad.
Se hizo muy popular entre el público de la
época este tema: en varios medios de comunicación, se llegaba a decir que los
primates habían aprendido a crear signos nuevos y que se comportaban como niños
pequeños, incluso superándolos, era revolucionario. Hay que decir que en medios
científicos nunca se ha dado valor a dichas afirmaciones, pues nunca se han
podido estudiar de forma rigurosa, por científicos ajenos a los cuidadores, sin
duda, una falta de transparencia sospechosa. En 1979, apareció un artículo
demoledor en Nature, que dejó en
evidencia a los cuidadores, demostrando que los primates simplemente imitaban,
pero nunca creaban, al contrario de lo que afirmaban los científicos responsables. También se descubrió que los mensajes de
los simios enseñados, apenas pasaban de dos signos y casi siempre los emitían
para pedir algo concreto y no para reflejar un supuesto mundo interior, una
comunicación bastante más pobre y limitada de lo sugerido. Sigue siendo
impresionante lo conseguido, sin duda, pero nada parecido a lo que se daba a
entender en los mass media. En España, fue sobre todo la
revista Muy interesante la que se
ocupó más del tema –de la forma más amarillista-, cuando a partir de 1989,con
el cambio de director, pasó de ser una excelente revista de divulgación, a competir
con Quo y otras publicaciones de mucho sensacionalismo y poco rigor.
Otro
lenguaje que se les enseña, como al famoso bonobo Kanzi, son los lexigramas -dibujos
abstractos que representan un concepto- para demostrar la capacidad de
representación simbólica, al no haber concordancia gráfica entre el signo y el
objeto. Pero, a diferencia de los humanos, que a un signo lingüístico unen
significante y significado – concepto e imagen sonora- Kanzi relaciona término
a término el lexigrama con el objeto o situación, es decir, no los relaciona
entre sí, sino que se basa en que unos y otros son diferentes y los memoriza. Se
puede decir que repite como un loro.
El
documental se centra en la parte dramática y pasa muy por encima del aspecto
científico, pero para eso está la sección Cinencia, para aclarar los aspectos
científicos planteados, tan interesantes como la historia de Nim.
Como
veis, a pesar de ser resultados increíbles para ser animales, lo cierto es que
ha demostrado mucho más interesante estudiar a los simios en su medio natural,
más rico y variado, perdiéndose poco a poco el interés por estudiar la
inteligencia de los póngidos en entornos controlados. Y eso fue lo que le pasó
a Nim, que no me había olvidado de él. Al ver Herbert Terrace, el profesor, que
el proyecto no daba los resultados esperados, se desentiende de Nim, que, tras
varias vicisitudes, termina en un laboratorio. La Ley de Salud Pública de la
época –estamos en 1983- exige que, antes de salir una vacuna al mercado
americano, debe ser probada en cuatro chimpancés, siendo esta época la más
oscura del pobre Nim. Un antiguo cuidador, intenta movilizar a la opinión
pública, sin resultado: parece que a nadie le importa. Un año después, un
abogado tan raro como ingenioso, tiene una gran idea planteando así el caso al
juez: Como a Nim se le ha enseñado a ser un humano, entre otras cosas a hablar
como tal, merece ser escuchado en la sala, antes de dictar sentencia. Para
evitar el show y la mala publicidad inevitable, el laboratorio libera a Nim,
que, después de otras desgracias más, termina sus días en un refugio de un rico
amante de los animales, rodeado por fin de otros chimpancés y en entorno
estable. Muere a los 26 años de un ataque al corazón, más bien joven, ya que es
normal que los chimpancés en cautividad sobrepasen los cuarenta; seguramente,
los excesos de todo tipo le pasaron factura.
El
juicio, que James Marsh cuenta por encima, plantea un tema tan fascinante como
el de la inteligencia animal: los derechos de los animales. Muchos conoceréis
el Proyecto Gran Simio, y otros movimientos ecologistas que piden que los animales
gocen de derechos, es decir, que sean sujetos jurídicos, algo más complejo de
lo que puede parecer. Un animal, por inteligente que sea, no tiene
responsabilidad –sujeto pasivo-, al no tener intencionalidad, ni capacidad de
decidir en temas jurídicos –sujeto activo-.
No pueden, por tanto, ser denunciados ni denunciar ni emprender acciones
jurídicas en general, dependerían de la voluntad de sus representantes, por lo
que no veo sentido a darle un estatus jurídico que no entienden ni ejercen
salvo por boca de otros. Veo más eficaz y jurídicamente más plausible
otorgarles protección jurídica especial, siendo siempre juzgado el
comportamiento humano culpable del daño ocasionado, ofreciendo así una garantía
de protección parecida a los delitos medioambientales, en los que el daño se
interpreta como un atentado a los valores de la sociedad. Recordemos que los
derechos son un reflejo de la forma de entender la justicia, que va cambiando
en cada época y cultura. No se puede defender un derecho inherente a los animales,
porque las sociedades ni siquiera reconocen esos derechos a sus ciudadanos de
la misma manera –como se ve en la poca aceptación de la Declaración de los
Derechos Humanos fuera de Occidente-. El ordenamiento jurídico se va adaptando
a los valores, y estos son subjetivos y cambiantes, como la vida misma.
Defiendo que se protejan la vida y el bienestar animal, como reflejo de la
sensibilidad para con los animales, que la sociedad actual tiene a bien
valorar, apreciando la diversidad y riqueza que la naturaleza en general, y los
animales en particular, nos aportan. Protegemos lo que conocemos y amamos, un
argumento menos sofisticado de lo que algunos querrían, pero más realista que
defender unos supuestos derechos inherentes a la vida. Derechos que dependen de
la empatía de nuestra sociedad con los seres vivos, no de unos principios
inmutables e indiscutibles, que terminan siendo mutables y discutibles.
En
resumen, un interesante documental, que pasa de puntillas por temas
científicos, éticos y legales, pero que nos permite conocer un proyecto
científico fallido, con sus luces y sus muchas sombras, bien narrado, con un
montaje ágil, y unos entrevistados al que el director sabe sacar partido. Por
contra, a veces peca de melodramático, tanto al principio como al final,
buscando una empatía que ya tiene ganada por la fuerza de la historia, quedando
un tanto forzado, al recalcar lo innecesario.