martes, 26 de febrero de 2013

Cinencia: Proyecto Nim

Con este artículo, inauguro la sección Cinencia, en la que se tratará sobre la relación del cine con la ciencia, y viceversa, haciendo hincapié en los aspectos científicos que vea interesantes. Empezaremos con Proyecto Nim (Project Nim, 2011), un documental de James Marsh, ganador de un Oscar al Mejor Documental por Man on Wire en 2009.
 
En Proyecto Nim, se nos cuenta la historia del chimpancé Nim, que formó parte –mejor dicho, fue víctima- de un experimento muy en boga en los años setenta y ochenta: la comunicación animal-hombre. Empieza recreando cómo durmieron a la madre de Nim, disparándole para dormirla y quitárselo, en varios planos con travellings, desenfoques y juegos de luces, demasiado cinematográficos; en mi opinión, aportan una sensiblería innecesaria a una historia de por sí emotiva.
 
Nim, pues, es arrancado de los brazos de su madre con unos días de edad. Herbert Terrace, profesor de universidad y científico, responsable del experimento de marras, decide enviarlo a una casa normal para que sea criado como un humano. Y aquí empiezan los problemas. Se supone que la familia debía enseñarle lengua de signos, pero ninguno sabe, se apañan de mala manera para recordar unos cuantos. La casa está llena de niños que aporta cada parte de la pareja, de divorcios anteriores, y se respira un ambiente setentero de laisse faire incompatible con lo que debe ser un experimento. La madre reconoce que su casa es un caos, además no tomaban notas ni enseñaban apenas a Nim, que era uno más. Eso quiere decir, que Nim crece sin disciplina ni referentes adecuados, siendo la edad más importante para establecer límites. Además, nos vamos enterando de que la madre, que fue alumna de Herbert,  vivió una aventura con él, y no solo eso, su hija también. Como se puede ver, todo muy profesional y bien planeado.
 
Viendo que el experimento es un desastre, el profesor encarga a una alumna, conocedora de la lengua de signos, que participe y aporte profesionalidad… y también se lía con ella, claro. Seguimos con más culebrones y poca ciencia. A todo esto, entre rencillas de unos y otros, Nim es trasladado a una mansión con tres cuidadores. Nim va creciendo y volviéndose más dominante, o sea, cada día más agresivo. La parte buena es que, en un nuevo escenario y con personal más profesional, va mejorando bastante su aprendizaje, si bien diferentes cuidadores así como la familia que lo tuvo primero, confiesan haberle dado alcohol, cigarros y hasta porros.  Por razones de faldas o por lo que fuese, nuestro ligón profesor contrató a profesionales, que se ve que querían y enseñaban a Nim con ilusión y ganas, pero con poca profesionalidad. Aun así, nuestro chimpancé iba mejorando su nivel de lengua de signos.
 
Pero, ¿cuánto mejoró? ¿Qué hay de verdad en la comunicación y aprendizaje de los simios de un lenguaje simbólico?
 
Antes de nada, vamos con unos datos:
 
-                      El ser humano destina, en reposo, un 25 % aproximadamente, de su gasto energético al cerebro. El chimpancé, un 10%, por un 5 % de media en los demás mamíferos.
 
-                      El cociente de encefalización en el hombre es 7, por 2,5  en el chimpancé.
 
Simplemente, quiero dejar constancia de la gran diferencia, a nivel metabólico y neurológico, entre el homo sapiens y el chimpancé, a pesar de la gran coincidencia a nivel genético que tenemos. De ahí que nosotros tengamos un lenguaje muy sofisticado, necesario para anticipar y entender los comportamientos de los demás. En los 70 y 80, se pensaba que las diferencias no eran tantas, y hubo varios experimentos, de más valor mediático que científico, para construir puentes entre la mente humana y la animal. ¿Puede un chimpancé hablar, o crear lenguaje?
 
Hay dos lenguajes que se han enseñado a los primates, con sus ventajas e inconvenientes: la lengua de signos y los lexigramas.
 
La lengua de signos, fue la primera que se usó, siendo hoy en día más usada la formada por lexigramas. Nim, como se aprecia en el documental, puede expresar mensajes cortos, pero sin llegar a formar una sintaxis, y casi siempre son exhortaciones, es decir, para pedir algo, no para reflejar un estado de ánimo o comunicar, o conversar. Simplemente, ningún animal necesita la conversación para crear lazos, como nosotros, por lo que no ha desarrollado esa capacidad. Hay que recordar que las neuronas, son células que gastan mucha energía, y que para tener un lenguaje como el nuestro, es necesario un cerebro muy glotón, con los riesgos que conlleva, al ser necesaria una alimentación de mayor calidad.
 
 Se hizo muy popular entre el público de la época este tema: en varios medios de comunicación, se llegaba a decir que los primates habían aprendido a crear signos nuevos y que se comportaban como niños pequeños, incluso superándolos, era revolucionario. Hay que decir que en medios científicos nunca se ha dado valor a dichas afirmaciones, pues nunca se han podido estudiar de forma rigurosa, por científicos ajenos a los cuidadores, sin duda, una falta de transparencia sospechosa. En 1979, apareció un artículo demoledor en Nature, que dejó en evidencia a los cuidadores, demostrando que los primates simplemente imitaban, pero nunca creaban, al contrario de lo que afirmaban los científicos responsables. También se descubrió que los mensajes de los simios enseñados, apenas pasaban de dos signos y casi siempre los emitían para pedir algo concreto y no para reflejar un supuesto mundo interior, una comunicación bastante más pobre y limitada de lo sugerido. Sigue siendo impresionante lo conseguido, sin duda, pero nada parecido a lo que se daba a entender en los mass media. En España, fue sobre todo la revista Muy interesante la que se ocupó más del tema –de la forma más amarillista-, cuando a partir de 1989,con el cambio de director, pasó de ser una excelente revista de divulgación, a competir con Quo y otras publicaciones de mucho sensacionalismo y poco rigor.
 
Otro lenguaje que se les enseña, como al famoso bonobo Kanzi, son los lexigramas -dibujos abstractos que representan un concepto- para demostrar la capacidad de representación simbólica, al no haber concordancia gráfica entre el signo y el objeto. Pero, a diferencia de los humanos, que a un signo lingüístico unen significante y significado – concepto e imagen sonora- Kanzi relaciona término a término el lexigrama con el objeto o situación, es decir, no los relaciona entre sí, sino que se basa en que unos y otros son diferentes y los memoriza. Se puede decir que repite como un loro.
 
El documental se centra en la parte dramática y pasa muy por encima del aspecto científico, pero para eso está la sección Cinencia, para aclarar los aspectos científicos planteados, tan interesantes como la historia de Nim.
 
Como veis, a pesar de ser resultados increíbles para ser animales, lo cierto es que ha demostrado mucho más interesante estudiar a los simios en su medio natural, más rico y variado, perdiéndose poco a poco el interés por estudiar la inteligencia de los póngidos en entornos controlados. Y eso fue lo que le pasó a Nim, que no me había olvidado de él. Al ver Herbert Terrace, el profesor, que el proyecto no daba los resultados esperados, se desentiende de Nim, que, tras varias vicisitudes, termina en un laboratorio. La Ley de Salud Pública de la época –estamos en 1983- exige que, antes de salir una vacuna al mercado americano, debe ser probada en cuatro chimpancés, siendo esta época la más oscura del pobre Nim. Un antiguo cuidador, intenta movilizar a la opinión pública, sin resultado: parece que a nadie le importa. Un año después, un abogado tan raro como ingenioso, tiene una gran idea planteando así el caso al juez: Como a Nim se le ha enseñado a ser un humano, entre otras cosas a hablar como tal, merece ser escuchado en la sala, antes de dictar sentencia. Para evitar el show y la mala publicidad inevitable, el laboratorio libera a Nim, que, después de otras desgracias más, termina sus días en un refugio de un rico amante de los animales, rodeado por fin de otros chimpancés y en entorno estable. Muere a los 26 años de un ataque al corazón, más bien joven, ya que es normal que los chimpancés en cautividad sobrepasen los cuarenta; seguramente, los excesos de todo tipo le pasaron factura.
 
El juicio, que James Marsh cuenta por encima, plantea un tema tan fascinante como el de la inteligencia animal: los derechos de los animales. Muchos conoceréis el Proyecto Gran Simio, y otros movimientos ecologistas que piden que los animales gocen de derechos, es decir, que sean sujetos jurídicos, algo más complejo de lo que puede parecer. Un animal, por inteligente que sea, no tiene responsabilidad –sujeto pasivo-, al no tener intencionalidad, ni capacidad de decidir en temas jurídicos –sujeto activo-.  No pueden, por tanto, ser denunciados ni denunciar ni emprender acciones jurídicas en general, dependerían de la voluntad de sus representantes, por lo que no veo sentido a darle un estatus jurídico que no entienden ni ejercen salvo por boca de otros. Veo más eficaz y jurídicamente más plausible otorgarles protección jurídica especial, siendo siempre juzgado el comportamiento humano culpable del daño ocasionado, ofreciendo así una garantía de protección parecida a los delitos medioambientales, en los que el daño se interpreta como un atentado a los valores de la sociedad. Recordemos que los derechos son un reflejo de la forma de entender la justicia, que va cambiando en cada época y cultura. No se puede defender un derecho inherente a los animales, porque las sociedades ni siquiera reconocen esos derechos a sus ciudadanos de la misma manera –como se ve en la poca aceptación de la Declaración de los Derechos Humanos fuera de Occidente-. El ordenamiento jurídico se va adaptando a los valores, y estos son subjetivos y cambiantes, como la vida misma. Defiendo que se protejan la vida y el bienestar animal, como reflejo de la sensibilidad para con los animales, que la sociedad actual tiene a bien valorar, apreciando la diversidad y riqueza que la naturaleza en general, y los animales en particular, nos aportan. Protegemos lo que conocemos y amamos, un argumento menos sofisticado de lo que algunos querrían, pero más realista que defender unos supuestos derechos inherentes a la vida. Derechos que dependen de la empatía de nuestra sociedad con los seres vivos, no de unos principios inmutables e indiscutibles, que terminan siendo mutables y discutibles.
 
En resumen, un interesante documental, que pasa de puntillas por temas científicos, éticos y legales, pero que nos permite conocer un proyecto científico fallido, con sus luces y sus muchas sombras, bien narrado, con un montaje ágil, y unos entrevistados al que el director sabe sacar partido. Por contra, a veces peca de melodramático, tanto al principio como al final, buscando una empatía que ya tiene ganada por la fuerza de la historia, quedando un tanto forzado, al recalcar lo innecesario.

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