lunes, 26 de agosto de 2013

Todo un viaje... de ida.

En un episodio de la serie de humor Dos hombres y medio, Charlie, que pasa por una mala época debido a sus deudas, y ya harto de estrecheces, le dice a su hermano, Alan, que renuncia a la pobreza. Alan le responde: <<A la pobreza no se renuncia>>.  Tampoco se renuncia a la discapacidad. De eso va este artículo.

Hay actores, que, aun siendo excelentes en su trabajo, me gustan especialmente en entrevistas, siempre interesantes. Es el caso de George Clooney y de Silvia Abascal, la autora del libro que voy a comentar: Todo un viaje (2013). Cuando comencé a escribir hace muchos años, me di cuenta de que, de forma natural, escribía como hablaba; cualquier escritor sabrá que esa naturalidad, por lo general, queda pobre en una hoja de papel o en la pantalla de un ordenador. En el caso de Silvia Abascal, tenía gran curiosidad, ya que ella siempre ha hablado de forma muy literaria, ¿cómo sería su libro? Pues, escribe igual que habla, lo que, en su caso, está fenomenal, no le hacía falta esforzarse por pulir el estilo.

Nos cuenta la autora que, el 2 de abril de 2011, formando parte del jurado del festival de Málaga, empezó a sentirse mal, siendo ingresada poco después para tratarle de un derrame cerebral. Un par de semanas después, la operan. Cuando despierta de la operación, se da cuenta de que no oye bien, y no sólo eso, sino que va perdiendo oído conforme pasan lo días. Le detectan una hipoacusia, es decir, una pérdida de oído que no llega a ser total, sino que tiene restos auditivos; en cambio, con una sordera profunda, apenas se oye o no se oye nada. También  le detectan acúfenos, sonidos endógenos que suelen ser constantes, incluso durmiendo. Como sufridor de ambas enfermedades, me sentí interesado por conocer la historia de una oyente, que, de repente, vive con los mismos síntomas, en mi caso, de nacimiento.

Como decía al principio, a la discapacidad no se renuncia. Pero… Silvia sí puede renunciar a ser hipoacúsica: al ser la causa un derrame puede mejorar con rehabilitación, y eso es ilusionante.  Podemos leer el progreso que va haciendo con la rehabilitación, cumpliendo el sueño de todo discapacitado, que es escapar de sus limitaciones, por feliz que se sea. Era uno de los motivos por los que me daba curiosidad el libro, esa sensación de viaje de ida, de adiós a la sordera. He de destacar la paz interior con la que reacciona la autora; poco dada a rendirse o a pensar en lo que ha perdido, lo vive como una experiencia enriquecedora. Conozco sordos felices y gente que lo tiene todo, amargada. En verdad las personas como Silvia Abascal tienen una extraordinaria resiliencia, es complicado verles hundidos. Son el tipo de persona que todos los que van a terapia o que se compran libros de autoayuda quieren ser. Pero con eso se nace, por  mucho que alguien negativo se esfuerce, negativo será por los restos, aunque algo se puede mejorar. La intención de la obra, es compartir la experiencia, contar los pasos que se dan hasta llegar al final  del viaje. Si bien no todo el mundo es tan valiente como la autora y puede no sentirse identificado, por la sensibilidad con que está contado dicho viaje, merece la pena leer el libro, tanto como ejemplo, como con envidia sana si es el caso. Hay que agradecer a Silvia su generosidad: no es fácil desnudarse así, pero, como ella misma cuenta, quiere dar apoyo a quien se encuentre en situación parecida, ya que nadie que sea oyente puede entender lo que se siente. Después de recuperar el  oído con muchas horas de rehabilitación, sufre de hiperacusia, es decir, oye demasiado bien, sintiendo grandes molestias con sonidos muy moderados, y no digamos fuertes. Si hay que elegir, ¿quién no elegiría oír demasiado, sabiendo además que se puede ir mejorando, mientras que la falta de oído no? Como anécdota, lo primero que oyó la autora cuando recuperó el oído fue una canción de Alejandro Sanz, cantante que detesto… menudo recuerdo me  hubiese quedado del primer sonido, ¡hubiese preferido una aspiradora o hasta una bocina!

Además de la hipoacusia, y después hiperacusia, Silvia sufre de acúfenos. Estos normalmente se dan cuando se tiene una pérdida auditiva, sea traumática o no, oyendo frecuencias que se tienen perdidas, pero que el cerebro quiere compensar, creando sonidos  que en verdad el oído afectado no puede captar. La autora oye alarmas y helicópteros a todo volumen, no me quiero imaginar lo cansino que será. Los míos son más suaves –parecidos al sonido de una caracola- de hecho, no los suelo recordar y pasan desapercibidos en mi mente, pero, cuando tengo estrés elevan el volumen, sin ser excesivos nunca. Curiosamente, al leer el libro y escribir este artículo, los tengo a plena potencia… ya se me pasarán cuando termine de escribir. En el libro se describen muy bien, aconsejo que lo lea quien quiera saber qué  se siente, o bien quien lo sufra y quiera sentirse acompañado. Aunque seguramente le suban de volumen mientras lee, merece la pena saber cómo se siente un ex oyente que lo vive por primera, un punto de vista interesante.


Quiero destacar el uso que Silvia le da a las terapias alternativas. Para los aspectos físicos y mentales, recurre a la medicina convencional. Al ser una persona muy espiritual, necesita, además de curarse, “sanar”, dejando el alma para los profesionales de lo espiritual. Siendo bastante escéptico con respecto a las terapias alternativas, me parece ejemplar cómo, si se tiene una sensibilidad especial, se compagina lo científico con lo espiritual, dejando a cada disciplina su espacio, dando preferencia, eso sí,  siempre a la ciencia. Los médicos a menudo son distantes y hasta displicentes, echando en los brazos de especialistas sospechosos a pacientes hartos de que no les escuchen. Nanni Moretti, en su genial film Caro diario, nos cuenta, en forma de diario filmado, su historia real… cómo iba de médico en médico, sin que ninguno acertara con su diagnóstico mientras se desesperaba y recurría a terapias alternativas, porque le daban, precisamente, un trato más humano que los médicos, ¿os suena? La frase final resume los problemas de comunicación médico-paciente, que todos hemos sufrido alguna vez: “Los médicos saben hablar pero no saben escuchar”.

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